expr:class='"loading" + data:blog.mobileClass'>

12/3/14

No nos acostamos hasta tarde, siempre con esa necesidad de que alguien, en algún lugar, nos desee buenas noches. La cama esta medio vacía, a mi vida le ocurre algo parecido. Tengo que cambiar las sabanas y algunas cicatrices. Quisiera gritar pero no encuentro las palabras. A veces el silencio se encarga del resto. Ya no se cual es el siguiente movimiento, me quede encasillada hace tiempo, ni siquiera puedo ir hacia atrás. Estoy entre la espada y un precipicio, quizá no sobreviva a la caída. Cuanta gente estará así, cuanta gente estará esperando a punto de desesperarse con las lagrimas en los ojos sin poderlas derramar, porque no se atreven ni a eso. Porque saben que en el fondo solo se mojaran y el mundo seguirá girando, inmune. No creo que encuentre respuesta en el mismo lugar de siempre. Me gustaría terminar con todo esto, con los capítulos colgados de una historia tan triste que se me atraganta. Imposible huir sin decir adiós, pero nunca se me han dado bien las despedidas. Imposible. Me gustaría rectificar, haber tomado otros caminos, aquí solo hay nada; poemas que te salvan durante unos minutos, pero luego vuelves a caer. Vuelves a no saber levantarte. Alguien me tendrá que arreglar, o alguien tendrá que romperme del todo. A estas alturas, no seguir así es lo que importa, cambiarme. Encontrar la postura perfecta en la cama para no notar el abismo que se encuentra  a mi lado. Ya nadie sabe mirar, se quedan afuera y cuando te escuchan gritar cierran los ojos. Tampoco sabe nadie salvar desde hace mucho, nadie sabe abrazar sin que se lo pidas. Ni dar un abrazo que dure lo suficiente o que te entienda lo necesario. Y es una pena que le mundo no se detenga al vernos quietos, sin saber donde debemos ir mañana. Sálveme quien pueda.